Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1730
Legislatura: 1902-1903 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 20 de noviembre de 1902
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 52, 1319-1321, 1324, 1325-1326
Tema: Crítica del Sr. Sagasta hacia el Sr. Romero Robledo respecto a la crisis ministerial

El Sr. VICEPRESIDENTE (Alvarado): El señor Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): El giro que el Sr. Romero Robledo dio ayer a su discurso, me impide, Sres. Diputados, seguir el camino por el trazado. He de hacerme cargo, sin embargo, de tres ideas culminantes que de su discurso resultan.

Es la primera, una afirmación singularísima: la de que la crisis, tal como se ha resuelto, estaba ya resuelta antes de iniciarse. Para afirmar esto es necesario trastornar completamente cuanto ha sucedido y negar los hechos más evidentes. Para sostener esa afirmación, supone el Sr. Romero Robledo que todos hemos hecho una comedia. Está bien que el Sr. Romero Robledo me suponga a mí capaz de hacer comedias en asuntos tan graves como éstos, y aunque, como a mí, suponga capaces de hacerlo a otros hombres públicos; pero S. S. ha debido detenerse ahí y no procurar subir más arriba. Se lo vedaban los deberes que como monárquico tiene, y se lo vedaban, no sólo los deberes que tiene todo monárquico, sino los deberes que tiene todo español ante el Jefe del Estado. (Muy bien) Enhorabuena que a mí me suponga capaz de hacer esas comedias, no me ofendo; después de todo, quien las hace, las imagina; pero hacer esas afirmaciones, ha sido necesario que el Sr. Romero Robledo niegue hasta que S. M. pidió veinticuatro horas para resolver, y S. S. supone que no hubo semejante cosa. Pues, una de dos, o yo cometí el delito de engañar al rey, o yo convine con el rey en que no hubiera semejantes veinticuatro horas. Está bien que también suponga el Sr. Romero Robledo que yo soy capaz de engañar al rey, tampoco me ofendo, pero la segunda parte del dilema, ¡ah! la segunda parte, S. S. no la puede sostener, ni siquiera la ha debido indicar. (Muy bien, muy bien.) A tal extremo ha conducido al Sr. Romero Robledo su atrevida afirmación de que la crisis se ha resuelto, no ahora, sino antes de iniciarse.

¿Y para qué quería el Sr. Romero Robledo que esta afirmación quedara en pie? Pues para demostrar que la crisis antes de iniciarse estaba ya resuelta, por haber tres Ministros condenados a muerte. El Sr. Romero Robledo, haciendo uso de palabras del Sr. Maura y de otras del Sr. Silvela, verdaderamente graves, quería establecer una relación entre estas palabras y algunos de los Ministros del anterior gabinete. Yo no vi que esas palabras, graves y todo como eran, tuviesen nada que ver, tuvieran relación. ¡Ah! Si yo lo hubiera sabido, si eso hubiera tenido alguna relación con todos o con alguno de los Ministros del gabinete anterior, yo declaro que no hubiera aceptado la crisis en los términos en que la acepté y que de aceptarla no la habría resuelto en los términos en que la he resuelto (Muy bien, muy bien), porque yo, a amigos de cuyo proceder estoy satisfecho, no he de abandonarlos porque les alcance momentáneamente la baba de la difamación, o porque la calumnia levantada del arroyo llegue a las alturas para arrojar de ellas a los que las alcanzaron, sin más que porque las alcanzaron, o para arrojar un estigma sobre el partido a que pertenezcan, ya que de otra manera no puede derribársele ni puede acabar con su dominación. (Muy bien, muy bien.) ¡Grave sistema! ¡Armas peligrosas! Claro está que esas armas peligrosas y ese grave sistema, pueden adoptarse siempre y en toda ocasión, porque tratándose de partidos que son grandes colectividades, hay en ellos, naturalmente, personas de correctísima conducta, la inmensa mayoría, dígase lo que se quiera, pero hay otras que están dispuestas a faltar a sus deberes. (Grandes rumores.) Pero por eso no se puede arrojar un estigma sobre un partido, y ¡ay si se vale alguien de ese arma! porque vienen las represalias, y represalia tras represalia, no hay honra que quede en pie, ni hay reputación al abrigo de la maledicencia y de la calumnia. (Muy bien, muy bien.- El señor Lombardero: Las represalias de la corte celestial. Rumores.)

No, Sr. Romero Robledo; la crisis se ha resuelto, ni más ni menos que como yo tuve la honra de decir ayer al Congreso de los Sres. Diputados, para resolverla he tenido un criterio, bueno o malo, conveniente o inconveniente, acertado o desacertado, lo que S. S. quiera; pero ha sido un criterio político, y nada más que un criterio político, sin acordarme para nada de las palabras graves del Sr. Maura, ni de la conclusión del discurso del Sr. Silvela, y si yo hubiera podido creer que eso hubiera podido relacionarse con alguno de mis compañeros, ¡ah! yo, que me rebelo contra la injusticia, me hubiera rebelado contra esa grandísima injusticia y no hubiera procedido del modo que he procedido. (Muy bien, muy bien.)

Entró S. S. después en la segunda parte de su discurso, en la que se ocupó muy principalmente de la participación que ha tenido en el desenvolvimiento de la crisis. Sobre eso voy a decir yo muy pocas palabras, porque no me parece a propósito para un debate parlamentario entrar en los detalles y en las pequeñeces de las conversaciones particulares que se tienen en toda negociación. Pero como también S. S. supuso que aquí había habido comedia, yo le diré a S. S. que no ha habido semejante [1319] cosa que no ha habido más que una cosa muy natural y muy lógica, y que de todo lo que ha ocurrido, sin darse S. S. cuenta, sin quererlo S. S., de todo ha tenido S. S. la culpa. Su señoría es muy vehemente; quiere hacer las cosas enseguida, y da por hechas cosas que todavía no están concluidas, y de ahí las dificultades que ha de encontrar siempre S. S. para terminar asuntos graves y asuntos complicados.

Su señoría se empeñó en ir al Ministerio de la Gobernación, si había de entrar en la concentración liberal. No me extrañaba la pretensión, pero ya S. S. lo hizo presente, según aquí se vio ayer al Presidente del Congreso. Y S. S., acogiendo la idea de la concentración con entusiasmo y deseando contribuir a ella todo lo que pudiese, se ofreció a convencer también o por lo menos a tratar oficiosamente con el general López Domínguez. (El Sr. Romero Robledo: No) No le hizo ese encargo el Presidente del Congreso. (El Sr. Romero Robledo: Sí.) Ayer resultó que no. Su señoría le dijo: ¿Quiere usted que vaya a ver al general López Domínguez? Pues vaya usted. (El Sr. Romero Robledo: No, no.) Eso es lo que yo entendí. (El Sr. Romero Robledo: Pues ha entendido mal S. S.) En el Diario de las Sesiones está. Pero en fin, fue S. S. a ver el general López Domínguez, y ¿qué pasó allí? Pues pasó lo siguiente: que S. S. empezó por ofrecerle la cartera de Guerra. (El Sr. Romero Robledo: Justo.) Para lo cual nadie había autorizado a S. S. (Risas) Porque a eso no le autorizó, de seguro, el Presidente del Congreso. (El Sr. Marqués de la Vega de Armijo: Ni a lo otro tampoco.) Ni a lo otro tampoco. (Risas.- El Sr. Romero Robledo: A lo otro y a eso me autorizó.) Pues S. S. le dijo al general López Domínguez: vengo a ofrecer a usted la cartera de Guerra porque yo tomo la de Gobernación. (El Sr. Romero Robledo: Si me la dan.-Risas.) ¿Y quién se la había ofrecido a S. S.? El general López Domínguez, que sabido es que ha dicho siempre que él no ayuda al partido liberal, porque cree que no da a las soluciones de los problemas pendientes todo aquel espíritu democrático que él desea, dice que está siempre dispuesto a apoyar a cualquier Gobierno que haga eso, pero jamás ha hablado de puestos. Y si el general López Domínguez, que piensa así, al verse tratado de esa manera empezando por ofrecerle un puesto, contestó desabridamente, me parece a mí que hizo bien. (El Sr. Romero Robledo: Tampoco es exacto.)

Pues bien, esto es lo que no puede conducir a buen término ninguna negociación; esta manera de hacer las cosas, con esa vehemencia, con?no quiero usar ninguna frase que pueda desagradar a S. S:; pero con poca fijeza, en una palabra porque de eso mismo se resiente toda la negociación en todo cuanto a S. S. se refiere. Apenas S. S. tenía una conferencia conmigo o con cualquiera otro individuo de los que hubieran de ser Gobierno, se venía al salón de conferencias, ponían el paño al púlpito. (Risas) y solía venir como imperante, como triunfador, como vencedor, a decir lo que era y a decir lo que iba a hacer, y así no se pueden hacer estas cosas; hasta el punto de que yo puedo decir a S. S: que si hubiera yo convenido con S. S. en darle la cartera de Gobernación, u otra cualquiera, y después hubiera sabido que S. S. hacía uso de ese ofrecimiento y que sobre ese ofrecimiento hacía planes y formulaba ya soluciones sin contar con los que habían de ser sus compañeros, ni siquiera con el Gobierno constituido, hubiera dicho a S. S:: "no hay nada de lo dicho", sin que S. S. hubiera podido decir: "Pues usted me falta, pues usted no cumple su palabra, pues usted deja de cumplir los compromisos contraídos." No; yo le hubiera manifestado: No hay nada de lo dicho porque +así es imposible hacer nada, pues de esa manera S. S. echa a perder aquello mismo que busca.

De modo que aquí no ha habido nada de particular más que una vehemencia muy grande de parte de S. S:, nada más que un deseo demasiado vivo de que la concentración se verificara, y ese deseo y ese entusiasmo, le han llevado a S. S. a hacer cosas que verdaderamente impedían el éxito de la negociación. Y ¿para qué hemos de hablar más de esto? Yo creo que de esto se ha hablado más de lo necesario.

Su señoría, después, entró en el terreno político de su discurso, y aquí, en esta tercera parte, vino a confirmar la primera de su peroración. Su señoría supuso que S. M. el rey tiene preferencias con un ciudadano, sea el que quiera. (El Sr. Romero Robledo: Eso lo ha dicho S. S.; yo, no.) Así lo quiso dar a entender S. S. (El Sr. Romero Robledo: Su señoría lo dijo claro.) ¿Yo? (El Sr. Romero Robledo: Sí.) Eso no es exacto.

Su señoría pronunció con ese motivo frases que no sientan bien en labios de ningún ciudadano, pero mucho menos en labios de un monárquico como S. S. Yo no pude declarar lo que S. S. me atribuye; lo que yo hice fue decir que el rey me había reiterado su confianza porque el rey entiende que mientras un partido político tenga mayoría en las Cámaras y sus resoluciones no sean rechazadas por el país, debe gobernar porque desea Gobiernos largos y Parlamentos largos y que mientras ese partido no agote todos los recursos que tiene para gobernar con la mayoría de las Cortes, debe continuar gobernando. ¿Es que rechaza S. S. esa doctrina? Por eso me reiteró a mí su confianza, pero no porque tenga preferencia ninguna hacia mi persona, que lo mismo hubiera hecho con el partido conservador si estuviera mandando, como con cualquier otro partido y lo mismo que hizo conmigo lo hubiera hecho con el jefe de ese partido conservador, como lo hará mañana con el partido que nos reemplace, cualquiera que sea.

¿Es que esta conducta del monarca, que aunque no fuera correctamente constitucional le estaría a S. S. prohibido examinarla y discutirla, merece lo que S. S. hizo ayer? No; S. S., que tiene condiciones relevantes, ¿cómo lo he de negar yo? sobre todo para las lides parlamentarias. S. S. que ha prestado grandes servicios al país, ¿cómo lo he de negar yo? Cuando, no digo que empezáramos juntos la carrera política, porque yo tengo algunos años más que S. S., pero sí que a mi lado la empezó y le conozco bien y sé los servicios que ha prestado. S. S. creo que va ganando en vehemencia a medida que va ganando en años, lo contrario de lo que nos sucede a los demás (Risas) y las vehemencias le llevan a extremos a que S. S. no puede ir, a que S. S. no debe ir, y a los que S. S. aunque lo dice, no irá.

Como es tan escabroso este terreno, y a mí me basta en él dejar consignada una protesta contra ciertas indicaciones de S. S., yo no tengo nada más que contestar al discurso del Sr. Romero Robledo, [1320] porque dejo a un lado todo lo que se refiere a la participación que S. S. tomó en el desenvolvimiento de la crisis, que fue lo que constituyó la mayor parte de su discurso. No tengo más que decir. (Aplausos.)



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